martes, 14 de agosto de 2012

Desigualdad, o la avasalladora inestabilidad de las sociedades inequitativas

 Sustantivo, femenino.

Para esta entrada de Palabras de la Coyuntura, ofrezco mi traducción de un artículo interesantísimo tomado del sitio web de la revista New Scientist. Tal vez no explique el significado de la desigualdad, pero en cierto modo explica por qué la vemos en todas partes. Para ver el artículo original, hagan click aquí.

Desigualdad: ¿Por qué las sociedades igualitarias desaparecieron?

30 de julio de 2012 por Deborah Rogers
Número 2875 (New Scientist)

Por milenios, compartir y cooperar fueron la regla, pero la inestabilidad propia de las sociedades desiguales provocó que éstas se extendieran.

Por 5000 años, los humanos se han acostumbrado a vivir en sociedades dominadas por unos cuantos privilegiados. Pero las cosas no siempre fueron así. Durante decenas de miles de años, las sociedades igualitarias de cazadores-recolectores fueron muy comunes. Y según lo muestra un conjunto de investigaciones antropológicas, mucho antes de que nos organizáramos en jerarquías basadas en la riqueza, el estatus social y el poder, estos grupos hacían cumplir con rigurosidad las normas que impedían que algún individuo o grupo adquiriera más estatus, autoridad o recursos que los demás.

La toma de decisiones estaba descentralizada y el liderazgo era ad hoc; no había jefes. Había esporádicas luchas encarnizadas entre individuos, por supuesto, pero no existía ningún conflicto organizado entre grupos. Tampoco existía una clara noción de la propiedad privada y por tanto no había necesidad de la defensa territorial. Estas normas sociales también afectaban los roles de género: las mujeres eran productoras importantes y gozaban de cierto poder, y los matrimonios eran típicamente monógamos.

Mantener el campo de juego nivelado era un asunto de supervivencia. Estos pequeños grupos nómadas de recolectores no acumulaban muchos excedentes de comida y dado el alto riesgo propio de la caza (el hecho de que cualquier día o semana uno podía regresar con las manos vacías), compartir y cooperar eran requisitos para asegurar que todos tuvieran suficiente para comer. Cualquiera que pujara por un estatus mayor o intentara tomar más de lo que le correspondía era ridiculizado y condenado al ostracismo por su audacia. Suprimir las jerarquías de dominancia de nuestros ancestros primates haciendo cumplir las normas igualitarias fue una adaptación central de la evolución humana, sostiene el antropólogo social Christopher Boehm. Esto aumentó la cooperación y disminuyó los riesgos conforme los pequeños grupos aislados de humanos se extendían hacia nuevos hábitats y regiones por todo el mundo y probablemente fue crucial para nuestra supervivencia y éxito.

¿Cómo fue, entonces, que llegamos a la era de la desigualdad institucionalizada? Eso se ha debatido por siglos. El filósofo Jean-Jacques Rousseau razonaba en 1754 que la desigualdad tenía sus raíces en la introducción de la propiedad privada. A mediados del siglo XIX, Karl Marx y Friedrich Engels se centraron en el capitalismo y su relación con la lucha de clases. Para finales del siglo XIX, los darwinistas sociales afirmaban que una sociedad dividida en clases era reflejo del orden natural de las cosas; como lo dijera el filósofo británico Herbert Spencer: "la supervivencia del más apto". (Incluso en la década de 1980, había algunos antropólogos que sostenían que esto era cierto, argumentando que el éxito de los dictadores era puramente darwiniano, y para respaldar sus ideas ofrecían los estimados de las grandes cantidades de progenie (http://www.constitution.org/jjr/ineq.htm) engendrada por los gobernantes de numerosas sociedades despóticas.)

El nacimiento de la jerarquía

Sin embargo, para mediados del siglo XX una nueva teoría comenzó a dominar. Algunos antropólogos incluyendo a Julian Steward, Leslie White y Robert Carneiro ofrecieron versiones ligeramente diferentes de la siguiente historia: el crecimiento de la población significaba que necesitábamos más comida, así que acudimos a la agricultura, lo cual llevó a los excedentes y a la necesidad de administradores y de papeles especializados, lo cual a su vez llevó a las correspondientes clases sociales. Mientras tanto, comenzamos a agotar los recursos naturales y tuvimos que aventurarnos a lugares aún más distantes para buscarlos. Esta expansión generó conflictos y conquistas, que tuvieron como resultado que los conquistados se convirtieran en las clases bajas.

Explicaciones más recientes han desarrollado más a fondo estas ideas. Una línea de razonamiento sugiere que los individuos que magnificaban su propia reputación y que vivían en tierras de abundancia ascendían en la escala social explotando sus excedentes: primero por medio de banquetes o regalos, y después por dominancia indiscutida. A nivel de grupo, arguyen los antropólogos Peter Richerson y Robert Boyd, la coordinación mejorada y la división del trabajo permitieron que las sociedades más complejas le ganaran lacompetencia a las sociedades más sencillas y equitativas. Desde un punto de vista mecanicista, otros sostienen que una vez que la desigualdad se instauró (como cuando la distribución inequitativa de recursos benefició más a una familia que a otras), simplemente se iba afianzando cada vez más. La llegada de la agricultura y el comercio resultó en la propiedad privada, la herencia y redes de comercio más amplias, las cuales perpetuaron y exacerbaron las ventajas económicas.

No es difícil imaginar cómo podría surgir la estratificación o cómo es que la práctica de la autoglorificación podría tener éxito de vez en cuando. Pero ninguna de estas teorías explica bien a bien cómo fue que aquéllos cuyo objetivo era dominar pudieron superar las normas igualitarias de las comunidades vecinas, ni por qué las primeras sociedades jerárquicas dejaron de hacer valer estas normas en primer lugar. Muchas teorías sobre la expansión de la sociedad estratificada comienzan con la idea de que la desigualdad es en cierto modo un rasgo cultural benéfico que confiere eficiencia, promueve la innovación e incrementa la probabilidad de sobrevivir. ¿Pero qué pasaría si lo opuesto fuera cierto?

En una simulación demográfica que Omkar Deshpande, Marcus Feldman y yo llevamos a cabo en la Universidad de Stanford, California, encontramos que, antes que conferir ventajas al grupo, el acceso desigual a los recursos es inherentemente desestabilizador y aumenta sensiblemente las posibilidades de que el grupo se extinga en ambientes estables. Esto fue cierto tanto si modelábamos la desigualdad como una sociedad de múltiples escalones de clase, como si la modelábamos en la forma que los economistas llaman distribución Pareto de la riqueza (ver "Inequality: The physics of our finances" [Desigualdad, la física de nuestras finanzas]), en la cual, como con el 1%, los ricos obtienen la mejor parte.

De manera contraintuitiva, el hecho de que la desigualdad fuera tan desestabilizadora provocó que esas sociedades se extendieran con el incentivo de migrar en la búsqueda de más recursos. Las reglas en nuestra simulación no permitían la migración hacia las localidades ya ocupadas, pero era claro que esto habría pasado en el mundo real, lo cual conduciría a la conquista de las sociedades igualitarias y más estables; exactamente lo que vemos si miramos hacia atrás en la historia.

En otras palabras, la desigualdad no se propagó de grupo en grupo porque fuera un sistema inherentemente mejor para la supervivencia, sino porque crea inestabilidad demográfica, lo cual impulsa la migración y el conflicto y lleva a la extinción cultural (o física) de las sociedades igualitarias. En efecto, en nuestras futuras investigaciones pretendemos explorar la posibilidad real de que la selección natural opere de manera diferente bajo regímenes de igualdad y desigualdad. Las sociedades igualitarias pueden haber fomentado a nivel de grupo la selección de la cooperación, el altruismo y la fertilidad baja (lo cual lleva a una población más estable), mientras que la desigualdad pudo haber exacerbado a nivel de individuo la selección de la fertilidad alta, la competencia, la agresión, la búsqueda de escalones sociales más altos y otros rasgos egoístas.

¿Qué podemos aprender de todo esto? Si bien las jerarquías basadas en la dominancia pueden haber tenido sus orígenes en el comportamiento social de los primates antiguos, los primates humanos no estamos atorados en una estructura social determinada por la evolución, donde sobrevive el más apto. No podemos dar por sentado que, porque la desigualdad existe, es en cierto modo benéfica. La igualdad, o la desigualdad, es una elección cultural.

Referencias

Chronique des Indiens Guayaki por Pierre Clastres (Editions Plon, Paris, 1972).


The !Kung of Nyae Nyae por Lorna Marshall (Harvard University Press, 1976).


"The complexities of residential organization among the Efe (Mbuti) and the Bamgombi (Baka): A critical view of the notion of 'flux' in hunter & gatherer societies" por Jon Pedersen y E. Wæhle en Hunters and Gatherers Volume 1: History, evolution and social change, edited by Tim Ingold, David Riches and James Woodburn (Berg, Oxford, 1988).


Nisa: The life and words of a !Kung woman por Marjorie Shostak (Harvard University Press, 1981).

The Forest People por Colin Turnbull (Simon and Schuster, New York, 1961).

"Egalitarian societies" por James Woodburn, Man, vol 17, p 431, 1982.


Hierarchy in the Forest: The evolution of egalitarian behavior por Christopher Boehm (Harvard University Press, 1999).

Deborah Rogers es investigadora asociada al
Instituto para la investigación en Ciencias Sociales de la
Universidad de Stanford y dirige la Iniciativa para la Igualdad

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