Sustantivo, femenino.
Para esta entrada de Palabras de la Coyuntura, ofrezco mi traducción de un artículo interesantísimo tomado del sitio web de la revista New Scientist. Tal vez no explique el significado de la desigualdad, pero en cierto modo explica por qué la vemos en todas partes. Para ver el artículo original, hagan click aquí.
Desigualdad: ¿Por qué las sociedades igualitarias desaparecieron?
30 de julio de 2012 por Deborah Rogers
Número 2875 (New Scientist)
Por milenios, compartir y cooperar
fueron la regla, pero la inestabilidad propia de las sociedades
desiguales provocó que éstas se extendieran.
Por 5000 años, los humanos se han
acostumbrado a vivir en sociedades dominadas por unos cuantos
privilegiados. Pero las cosas no siempre fueron así. Durante decenas
de miles de años, las sociedades igualitarias de cazadores-recolectores fueron muy comunes. Y
según lo muestra un conjunto de investigaciones antropológicas,
mucho antes de que nos organizáramos en jerarquías basadas en la
riqueza, el estatus social y el poder, estos grupos hacían cumplir con rigurosidad las normas que impedían que algún individuo o grupo adquiriera más estatus,
autoridad o recursos que los demás.
La toma de decisiones estaba descentralizada y el liderazgo era ad hoc; no había jefes.
Había esporádicas luchas encarnizadas
entre individuos, por supuesto, pero no existía ningún conflicto
organizado entre grupos. Tampoco existía una clara noción de la
propiedad privada y por tanto no había necesidad de la defensa
territorial. Estas normas sociales también afectaban los roles de
género: las mujeres eran productoras importantes y gozaban de cierto
poder, y los matrimonios eran típicamente monógamos.
Mantener el campo de juego nivelado era
un asunto de supervivencia. Estos pequeños grupos nómadas de
recolectores no acumulaban muchos excedentes de comida y dado el alto
riesgo propio de la caza (el hecho de que cualquier día o semana uno
podía regresar con las manos vacías), compartir y cooperar eran
requisitos para asegurar que todos tuvieran suficiente para comer.
Cualquiera que pujara por un estatus mayor o intentara tomar más de
lo que le correspondía era ridiculizado y condenado al ostracismo
por su audacia. Suprimir las jerarquías de dominancia de nuestros
ancestros primates haciendo cumplir las normas igualitarias fue una adaptación central de la evolución humana, sostiene el
antropólogo social Christopher Boehm.
Esto aumentó la cooperación y disminuyó los riesgos conforme los
pequeños grupos aislados de humanos se extendían hacia nuevos
hábitats y regiones por todo el mundo y probablemente fue crucial
para nuestra supervivencia y éxito.
¿Cómo fue, entonces, que llegamos a
la era de la desigualdad institucionalizada? Eso se ha debatido por
siglos. El filósofo Jean-Jacques Rousseau razonaba en 1754 que la desigualdad
tenía sus raíces en la introducción de la propiedad privada. A
mediados del siglo XIX, Karl Marx y Friedrich Engels se centraron en
el capitalismo y su relación con la lucha de clases. Para finales
del siglo XIX, los darwinistas sociales afirmaban que una sociedad
dividida en clases era reflejo del orden natural de las cosas; como
lo dijera el filósofo británico Herbert Spencer: "la
supervivencia del más apto". (Incluso en la década de 1980,
había algunos antropólogos que sostenían que esto era cierto,
argumentando que el éxito de los dictadores era puramente
darwiniano, y para respaldar sus ideas ofrecían los estimados de las grandes cantidades de progenie
(http://www.constitution.org/jjr/ineq.htm) engendrada por los
gobernantes de numerosas sociedades despóticas.)
El nacimiento de la jerarquía
Sin embargo, para mediados del siglo XX
una nueva teoría comenzó a dominar. Algunos antropólogos
incluyendo a Julian Steward, Leslie White
y Robert Carneiro ofrecieron
versiones ligeramente diferentes de la siguiente historia: el
crecimiento de la población significaba que necesitábamos más
comida, así que acudimos a la agricultura, lo cual llevó a los
excedentes y a la necesidad de administradores y de papeles
especializados, lo cual a su vez llevó a las correspondientes clases
sociales. Mientras tanto, comenzamos a agotar los recursos naturales
y tuvimos que aventurarnos a lugares aún más distantes para
buscarlos. Esta expansión generó conflictos y conquistas, que
tuvieron como resultado que los conquistados se convirtieran en las
clases bajas.
Explicaciones más recientes han
desarrollado más a fondo estas ideas. Una línea de razonamiento
sugiere que los individuos que magnificaban su propia reputación y
que vivían en tierras de abundancia ascendían en la escala social explotando sus excedentes:
primero por medio de banquetes o regalos, y después por dominancia
indiscutida. A nivel de grupo, arguyen los antropólogos Peter
Richerson y Robert Boyd, la coordinación mejorada y la división del
trabajo permitieron que las sociedades más complejas le ganaran lacompetencia
a las sociedades más sencillas y equitativas. Desde un punto de
vista mecanicista, otros sostienen que una vez que la desigualdad se
instauró (como cuando la distribución inequitativa de recursos
benefició más a una familia que a otras), simplemente se iba
afianzando cada vez más. La llegada de la agricultura
y el comercio resultó en la propiedad privada, la herencia y redes
de comercio más amplias, las cuales perpetuaron y exacerbaron las ventajas económicas.
No es difícil imaginar cómo podría
surgir la estratificación o cómo es que la práctica de la
autoglorificación podría tener éxito de vez en cuando. Pero
ninguna de estas teorías explica bien a bien cómo fue que aquéllos
cuyo objetivo era dominar pudieron superar las normas igualitarias de
las comunidades vecinas, ni por qué las primeras sociedades
jerárquicas dejaron de hacer valer estas normas en primer lugar.
Muchas teorías sobre la expansión de la sociedad estratificada
comienzan con la idea de que la desigualdad es en cierto modo un
rasgo cultural benéfico que confiere eficiencia, promueve la
innovación e incrementa la probabilidad de sobrevivir. ¿Pero qué
pasaría si lo opuesto fuera cierto?
En una simulación demográfica
que Omkar Deshpande, Marcus Feldman y yo llevamos a cabo en la
Universidad de Stanford, California, encontramos que, antes que
conferir ventajas al grupo, el acceso desigual a los recursos es
inherentemente desestabilizador y aumenta sensiblemente las
posibilidades de que el grupo se extinga en ambientes estables. Esto
fue cierto tanto si modelábamos la desigualdad como una sociedad de
múltiples escalones de clase, como si la modelábamos en la forma
que los economistas llaman distribución Pareto de la riqueza (ver "Inequality: The physics of our finances" [Desigualdad, la
física de nuestras finanzas]),
en la cual, como con el 1%, los ricos obtienen la mejor parte.
De manera contraintuitiva, el hecho de
que la desigualdad fuera tan desestabilizadora provocó que esas
sociedades se extendieran con el incentivo de migrar en la búsqueda
de más recursos. Las reglas en nuestra simulación no permitían la
migración hacia las localidades ya ocupadas, pero era claro que esto
habría pasado en el mundo real, lo cual conduciría a la conquista
de las sociedades igualitarias y más estables; exactamente lo que
vemos si miramos hacia atrás en la historia.
En otras palabras, la desigualdad no se
propagó de grupo en grupo porque fuera un sistema inherentemente
mejor para la supervivencia, sino porque crea inestabilidad
demográfica, lo cual impulsa la migración y el conflicto y lleva a
la extinción cultural (o física) de las sociedades igualitarias. En
efecto, en nuestras futuras investigaciones pretendemos explorar la
posibilidad real de que la selección natural opere de manera
diferente bajo regímenes de igualdad y desigualdad. Las sociedades
igualitarias pueden haber fomentado a nivel de grupo la selección de
la cooperación, el altruismo y la fertilidad baja (lo cual lleva a
una población más estable), mientras que la desigualdad pudo haber
exacerbado a nivel de individuo la selección de la fertilidad alta,
la competencia, la agresión, la búsqueda de escalones sociales más
altos y otros rasgos egoístas.
¿Qué podemos aprender de todo esto?
Si bien las jerarquías basadas en la dominancia pueden haber tenido
sus orígenes en el comportamiento social de los primates antiguos,
los primates humanos no estamos atorados en una estructura social
determinada por la evolución, donde sobrevive el más apto. No
podemos dar por sentado que, porque la desigualdad existe, es en
cierto modo benéfica. La igualdad, o la desigualdad, es una elección
cultural.
Referencias
Chronique des Indiens Guayaki por Pierre
Clastres (Editions Plon, Paris, 1972).
The !Kung of Nyae Nyae por Lorna
Marshall (Harvard University Press, 1976).
"The complexities of residential
organization among the Efe (Mbuti) and the Bamgombi (Baka): A
critical view of the notion of 'flux' in hunter & gatherer
societies" por Jon Pedersen y E. Wæhle en Hunters and
Gatherers Volume 1: History, evolution and social change, edited by
Tim Ingold, David Riches and James Woodburn (Berg, Oxford, 1988).
Nisa: The life and words of a !Kung
woman por Marjorie Shostak (Harvard University Press, 1981).
The Forest People por Colin Turnbull
(Simon and Schuster, New York, 1961).
"Egalitarian societies" por
James Woodburn, Man, vol 17, p 431, 1982.
Hierarchy in the Forest: The evolution
of egalitarian behavior por Christopher Boehm (Harvard University
Press, 1999).
Deborah Rogers es investigadora
asociada al
Instituto para la investigación en Ciencias Sociales de la
Universidad de Stanford y dirige la Iniciativa para la Igualdad
Instituto para la investigación en Ciencias Sociales de la
Universidad de Stanford y dirige la Iniciativa para la Igualdad
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